jueves, 9 de diciembre de 2010

III SEMANA DE ADVIENTO

EVANGELIO


En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos:
     ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió:  
— Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
— ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten  con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
         “Yo envío mi mensajero delante de ti
         para que prepare el camino ante ti”.
Os aseguro que no ha nacido de una mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. (Mt. 11, 2-11)

COMENTARIO

Nos hallamos ante un texto cargado de contenido histórico y teológico, que despliega una amplia variedad de perspectivas, algunas de las cuales encierran una gran sabiduría espiritual.
         No sería extraño que la pregunta inicial –“¿eres tú el que ha de venir…?”- reflejara lo que fue la disputa histórica entre los discípulos de Juan y los de Jesús, acerca del mesianismo de este último: ¿Es Jesús el Mesías esperado por nuestro pueblo? Mateo pone en boca de Juan, encarcelado por Herodes, una pregunta que, más bien, pertenecería a sus discípulos, algunas décadas más tarde.
         Indudablemente, el modo de hacer del Maestro de Nazaret no respondía a la idea mesiánica que había fraguado en el imaginario colectivo judío. Más bien, había roto las expectativas y, lo que era más grave, parecía hablar de un Dios “diferente”. ¿Sería el Mesías?
         La respuesta de la comunidad cristiana toma dos direcciones: la palabra de los profetas y las propias obras de Jesús.
         Recordemos, en primer lugar, los textos proféticos que se hallan detrás de la contestación que se pone en labios de Jesús:
         “Entonces [en los tiempos mesiánicos], se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el inválido como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Isaías 35,5-6). “Oirán aquel día los sordos…, los ojos de los ciegos verán, los pobres volverán a alegrarse en Yhwh, y los hombres más pobres en el Santo de Israel se regocijarán” (Isaías 29,18-19). “El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido Yhwh. Me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los presos la libertad…” (Isaías 61,1).

         En la práctica de Jesús –afirma Mateo- se cumplen las más genuinas expectativas mesiánicas, tal como las habían anunciado los profetas.
         Pero, quizás, lo que más nos interesa radica precisamente en la respuesta ofrecida por Jesús, con la que se autentifica la verdad de su mensaje. En nuestro lenguaje, podríamos plantearlo de este modo: ¿Cuál es el criterio de verdad de una propuesta o un camino espiritual? La respuesta sólo puede ser ésta: que nos hace crecer en amor compasivo, que se expresa como servicio eficaz a favor de la vida. Con otras palabras: ¿por qué sabemos que Jesús es el Mesías? Porque “pasó por la vida haciendo el bien” (Libro de los Hechos 10,38). No hay signo más palpable de Dios que la bondad. Lo realmente divino no es el poder, ni los milagros, ni demostraciones de fuerzo…, sino el Amor.

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