viernes, 31 de diciembre de 2010

II DOMINGO DE NAVIDAD

EVANGELIO

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
¾ Éste es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”.
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer. (Jn. 1, 1-18)

COMENTARIO

En el segundo domingo después de Navidad, que suele coincidir con los primeros días del año, se lee el llamado “prólogo” del evangelio de Juan, que nos invita a situarnos “en el principio”.
         Quien conoce la Biblia hebrea sabe que, precisamente con esa expresión, se abre el libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
         De esa forma tan sencilla, el autor del cuarto evangelio presenta a Jesús, desde la primera frase, como “la nueva creación” –o mejor, aquél en quien ocurre esa nueva creación-, a la vez que lo sitúa “en el principio”, es decir, en la atemporalidad o eternidad, como origen de todo lo que es.

La expresión “en el principio” –con que comienza la Biblia y el cuarto evangelio- no se refiere a un inicio temporal –antes de la creación no existe el tiempo, que es sólo producto de nuestra mente-, sino justamente al no-tiempo, es decir, a la eternidad; o mejor todavía, al Presente.

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