Domingo V de Cuaresma
17 marzo 2013
Evangelio de Juan 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y, sentándose, les enseñaba.
Los letrados y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
― Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
― El que de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.
Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
Jesús se incorporó y le preguntó:
― Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
― Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
― Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.
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